A principios de 1970, ya titulada de abogada, volví de Buenos Aires a Santiago con mi hija de 14 años. Mi compañero, Jorge Felizia, ingresó meses después. Regresamos a pedido del partido porque faltaban profesionales. Jorge era especialista en alimentación de aves. En el partido me ubicaron como abogada en Conhabit, que funcionaba en Moneda, casi llegar a Mac Iver. Yo era la única comunista en esa repartición. El vicepresidente era el compañero Alejandro Rodríguez, desaparecido desde 1976. Allí me sorprendió el golpe militar.
A mi compañero lo ubicaron en Proalin, donde fabricaban las vacunas para las aves de todo el país y que había sido ocupada por sus trabajadores. Luego lo trasladaron a dirigir el abastecimiento y la distribución de pollos.
Tras el golpe ambos quedamos cesantes. En diciembre de 1973 abrí una oficina arriba del teatro Rex, en Huérfanos. Ahí fueron llegando compañeros que andaban perdidos porque no tenían ningún dirigente a quien recurrir. Muchos pedían cosas que yo no podía solucionar, como ayudar a un joven de la Jota que había sido torturado en el buque Maipo, en Valparaíso. Antes de ir al interrogatorio había decidido contar lo que sabía. Cuando llegó a la sala de torturas vio a su compañera muy mal por el castigo recibido, pero no había dicho nada. Entonces se avergonzó y no delato a nadie. Lo pusieron en libertad y poco después lo volvieron a detener.